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Portada Nº Octubre 2011
Reportajes y Entrevistas
Sección General

 


“BYE BYE, RÍOS. ROCK HASTA EL FINAL” VIAJA POR ESPAÑA PARA DESPEDIR A UN MITO: MIGUEL RÍOS

“Lo más importante es el nexo creado entre público y cantante”

Miguel Rios posa con parte de los fotógrafos de su exposición (foto: Goio Villanueva)

“Siempre he mantenido muy frescas mis dudas, pero he procurado alimentar las menos contradicciones posibles”

“Ahora mismo hay mejores músicos que nunca, porque ya hay una tradición y una escuela de rock”

“En el respeto por el creador, la SGAE ha actuado bien, pero lo ha explicado muy mal”

Miguel Rios en la inauguración de su exposición en Blanca (foto: Goio Villanueva)


Por AnDRÉS GARRIDO

Es un “viejo” rockero; viejo por lo veterano, que no por su estado de ánimo, su alma y su mente. Después de casi medio siglo luchando, trabajando duro, conquistando y otorgando parcelas de la música; innovando en el “show business” español del espectáculo en directo, aunque él nunca se “forró” de pelas con la música porque le ha gustado reinvertir parte de lo ganado en nuevos proyectos, su etapa de grandes escenarios parece tener un fin calculado, hasta cierto punto. Por segundo año consecutivo, el “Bye Bye Ríos. Rock hasta el final”, visita las ciudades españolas a las que no llegó durante 2010. El final será en América Latina. Una gira de despedida a lo grande, como nos tiene acostumbrados. Es Miguel Ríos. 

Su concierto de Murcia fue una conexión absoluta entre las algo más de seis mil almas que se dieron cita en su Plaza de Toros y el cantante granadino. Una vez más, la comunión público-artista se celebró y de qué manera tan estrecha. El propio Miguel Ríos dijo por el micrófono que “cuántas caras conocidas de esta tierra, a la que amo y debo tanto” (en su viaje hacia Madrid, allá por los primeros 60, Miguel hizo un pequeño alto en Murcia). 

Sus temas de siempre sonaban por el coso taurino –transformado para la ocasión, en “rockódromo” para un rey del género–, con la misma frescura de años atrás. Los años pasan para todos, pero parece que no tanto por sus canciones, algunas de ellas con una vigencia absoluta. Y todo ello, con una banda que arropa al mejor Miguel Ríos de todos los tiempos y a la que incorpora una sección de vientos (tal vez, porque la añoranza de la riqueza musical de una big band está presente) que imprime más contundencia y matices al sonido de esta despedida que nadie quiere creer. Y todo ello, con esa voz singular y hecha golpe a golpe, como aquellos versos de Machado que cantara a principios de los 70; cuando el “Himno a la Alegría” le había catapultado en medio mundo y Miguel Ríos ya se preparaba para iniciar una carrera de largo recorrido que, ahora, intenta culminar con mucha dignidad y mayor calidad. Esa calidad que te dan los años de trabajo y experiencias de todo tipo; de subidas y caídas, con las que Miguel Ríos ha ido aprendiendo el negocio del espectáculo y de la vida misma. Los murcianos no querían que se fuese, por ello tuvo que hacer dos largos bises antes de finalizar este concierto de dos horas y media de duración del que, seguro, sus seguidores no se van a olvidar mientras vivan. 

Un día antes, Miguel se acercó hasta un pueblecito a orillas del río Segura, Blanca, para inaugurar en la Fundación “Pedro Cano” de esa población una exposición colectiva de fotografías sobre su trayectoria en la música, que ha coordinado Domingo J. Casas como comisario de la misma. Momento que aprovechamos para un reencuentro de dos viejos amigos que hablan sobre la vida y la música.  

PREGUNTA.– ¿Es ésta una retirada a tiempo? 

RESPUESTA.– Si, sí, sí. Estoy convencido de que cada vez más los refranes tienen sentido. Y el de “retirarse a tiempo es una victoria”, en mi caso, creo que una verdad absoluta

P.–  ¿Cuántas historias, sean o no de carretera, tiene en su baúl? Porque desde 1961 a hoy han sido muchísimos kilómetros de todo...  

R.– La verdad es que sí tengo un buen montón de “historias”. Pero lo realmente interesante ahora no va a ser rememorar el tiempo pasado sino, de alguna manera, revivir algunas de mis etapas, de las cosas que he vivido.  

Yo tengo tres elementos importantes para la memoria. El primero es la música, como un hilo conductor importantísimo de la memoria. Al escuchar ahora mis discos (antes nunca lo he hecho, porque he ido aprendiendo de lo que otros iban haciendo), te puedes acordar de dónde, cuándo y por qué hiciste una canción o un texto. Y eso te lleva a recordar dónde vivías, cómo era tu casa, cómo era la sociedad en aquel momento o qué problemas acuciaban a esa sociedad. Otro hilo conductor es lo visual, que –como en el caso de Blanca con estas fotografías– te retrotrae a tiempos pasados. Y el tercer hilo conductor (impresionante para todos nosotros) es internet. Cuando navego me entero de cosas que yo he ido diciendo con el paso de los años, a través de publicaciones que se han colgado en la red. Con internet, las posibilidades de ampliar el conocimiento de toda tu vida son inmensas porque, hasta ahora, he vivido mi vida de una manera lineal y con internet tengo la posibilidad de recrearlo.  

Y hay otro aspecto que también ayuda: la Literatura. Existe lo que se ha dado en llamar “licencia literaria”. Esto es, el contar las cosas que fueron verdad pero adornadas desde el punto de vista de cómo pienso que las viví. Es decir, que las viví de una forma pero hoy las recuerdo de otra. Y ese “engaño” es muy interesante porque mi vida, ahora, es menos plana que entonces.  

Hay muchas razones –y algunas, no confesables– por las que se deja de cantar. Y para mí, una de ellas es que esta música no es para viejos. En esa línea, me acuerdo mucho de los consejos de mi madre, que era una gran fan de Antonio Machín, con quien hice amistad, ya que coincidíamos en “bolos” y viajes. Un día la llevé a que viera a Machín en Granada y al terminar pensé que me diría: “Hijo mío, no sabes lo que te agradezco que me hayas dado la oportunidad de ver a Machín en directo”. Y no fue así. Me dijo: “Hijo mío, no te vayas a hacer viejo en un escenario, porque es la cosa más fea que existe”. Quiero decir con ello que me he inventado espectáculos y escrito canciones, pero no soy un músico. Si fuera un músico estaría toda la vida en esto, porque el músico tiene la libertad de morirse sobre un escenario, ya que se parapeta tras su instrumento. Pero un cantante, cuando llega el solo de guitarra o de un saxo, ¿qué hace? ¿Saltar? La verdad es que saltar a los 70 es muy complicado y difícil. Por eso puedo continuar haciendo cosas para la música; cantar gratis para ONG’s, como el concierto que se ha programado el 22 de julio en el Castillo de Lorca, a favor de los damnificados del terremoto que ha asolado esa bella ciudad.  

Ahora me interesa no ser profesional y vivir como “amateur”, como “amante de”, sin perder ese maridaje con la música. Me están ofreciendo varias cosas; una de ellas, me quieren pagar para que hable de música. ¡Fíjate! Lo haré alguna vez, como esa experiencia que ha llevado a cabo en Málaga Héctor Márquez, con “La música contada”. Ya han desfilado por ese espacio como 500 personas de diferentes “status”, como Iñaki Gabilondo, a contar las canciones de su vida. Y hablar de eso sí que es factible.  

P.– Hace poco más de un mes, se convocó por las redes sociales en internet una manifestación por las calles de las ciudades españolas que, posteriormente, desembocó en lo que se ha dado en llamar el “Movimiento 15 M” aglutinando a personas de toda clase de ideología o religión, pero con un denominador común: la indignación. Como canta en una de sus emblemáticas canciones, ¿“ésta es una generación límite” o la clase política y financiera “se ha pasado del límite razonable”?  

R.– En mi álbum “60 MP3” escribí una canción con Luis García Montero que se llama “El blues de la insatisfacción”, en la que hablaba del tío que lo tiene todo, pero que no está satisfecho porque ve mucha desigualdad y ello no le deja sentirse bien. Cuando observo lo que está pasando es inconcebible que se haya tardado tanto en reaccionar por una parte de la sociedad.  

El motivo se localiza en el desengrase de la actitud de contestación de los jóvenes, porque desde el Poder y la sociedad establecida se les ha indicado que “lo tienen todo y no han tenido que luchar por nada”. Ese mensaje los ha contagiado durante un tiempo, hasta que se han dado cuenta de que es mentira porque, en realidad, no tienen nada. Los que en los 60 éramos jóvenes, luchábamos por cambiar las cosas (tanto en lo político como en la manera de ver y entender la vida); en definitiva, por tener acceso a la libertad, sin la obligación de dar cuenta a nadie. La lucha entonces era fácil, porque se hacía contra cosas establecidas como la intransigencia, la dictadura o la doble moral.  

Hoy los jóvenes parecía que lo tenían todo y que podían continuar de por vida en la casa de los padres. Y claro, se preguntan qué futuro es ese. La verdad es que entiendo todo lo que está pasando, porque me rejuvenece. Pero van a tener problemas para mantenerlo, porque es un movimiento –el pacifismo y la no violencia– muy “blanco”, y existe mucha gente con muchos intereses “muy bastardos” que van a procurar que ese movimiento se transforme en uno más “intervenido” para romper, precisamente, ese romanticismo que ahora tiene.   

En mi opinión, lo que no han hecho bien los poderes no establecidos –pero que mandan en el Planeta– es la medición del grado de marginalidad que se está registrando, porque se les ha escapado lo que en las máquinas aparece como el “grado de error”. Se les ha escapado ese error y no se puede eternizar esa marginalidad. En España, cinco millones de parados se pueden revolver; probablemente no todos, pero si lo hacen 300.000, esa es una cantidad muy importante. Todo comenzó a raíz de un libro, una especie de panfleto, que escribió Stéphane Hessel (uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948), quien en ese libro, titulado ¡Indignaos!, hacía un llamamiento para protestar de manera pacífica contra los abusos de los poderes fácticos. Y si ese “panfleto” ha movido lo que se está viendo, merece la pena continuar escribiendo sobre ello.  

P.– Estamos en unos momentos en los que el mundo (ese mundo global) atraviesa por un estado muy delicado. Pareciera como si las catástrofes, las desigualdades, los malos entendimientos, la esclavitud... quisieran todos juntos apoderarse del ser humano y de su hábitat natural. Un claro ejemplo ha sido el terremoto y, sobre todo, el tsunami en Japón, que ha descubierto la caja de los truenos: la enorme peligrosidad de la energía nuclear. Miguel Ríos ya cantó a este respecto en uno de sus discos por los 80. Ahora más que nunca, ¿hay que ser antinuclear? 

R.– Yo creo que sí. La verdad es que esa parcela está mejor reflejada en “La huerta atómica”, un disco que hicimos por 1975, cuando vivía junto a la base aérea de Torrejón de Ardoz, con la pretensión de que saliera una obra sinfónica (con principio y final), al estilo de los trabajos conceptuales que hacían grupos como Génesis.  

Lo nuclear es como una especie de mentira. Según los expertos, no es la energía más barata, ni la más cara, ni la más contaminante mientras esté controlada. Pero cuando ocurre lo que ha sucedido en Japón, sí es cierto que es la más peligrosa y contaminante, porque sus efectos duran muchísimos años y los perjuicios se multiplican por miles sobre los beneficios. Frente a esto (y haciendo uso de las nuevas tecnologías), hoy podemos abastecernos de energías naturales y, encima, a precios tiraos. De hecho es tan barato, que las eléctricas ya no quieren que continúen las plantas de energía solar porque les pueden llegar a cerrar el negocio.  

Si entras en internet, te puedes informar de la cantidad de inventos que existen, de investigaciones culminadas, que nos indican que hay alternativas a la gasolina para mover los coches. Por ejemplo, si montas en un taxi se puede ver que para arrancar lo hace con gasolina, pero inmediatamente entra en funcionamiento un motor eléctrico que se va autoabasteciendo. Y entonces te preguntas: ¿por qué esto no lo ponen en todos los coches?   

Lo que quiero explicar con ello es que antes se intuían los “lobbys”; hoy se sabe a ciencia cierta que existen. Lehman Brothers crearon las “falsas cuentas” de Grecia y cobraron un pastón por ello, por buscarle la ruina a un país. Ahora, la gente en Grecia se ha echado a la calle para decirle al mundo que, por favor, les dejen comer algo y que no les aprieten más. Vivimos un momento apasionante, por un lado, porque se están cayendo muchas caretas; pero al mismo tiempo, tenebroso. Estoy convencido de que el capital va a concluir que por este camino no hay gente que consuma, y van a intentar llegar a un equilibrio. Pero no por una cuestión de querer salvar a la Humanidad, sino por salvarse ellos y poder continuar obteniendo un gran beneficio. Mientras, se les ha olvidado que la gente puede estallar. 

P.– En esta gira (al menos en su primera parte, durante 2010) contaba con el concurso de algunos compañeros de camino; unos más veteranos que otros. ¿Cómo ve, desde la perspectiva que le han proporcionado los años en los escenarios y fuera de ellos, a los nuevos músicos españoles. A esa “nueva ola”...? 

R.– Desde siempre me he interesado por conocer cómo se mueve el mundo del rock. Creo que ahora mismo hay mejores músicos que nunca; mejores bandas. La gente toca mucho mejor; tiene mucho más sentido como, por ejemplo, los murcianos de M-Clan. Si hubieran nacido en Estados Unidos, Carlos Tarque sería un ídolo mundial porque canta de una manera increíble. Esto en cuanto a los más o menos establecidos. Pero a la gente que todavía está en embrión, les escuchas tocar por los locales de ensayo y lo hacen con un conocimiento de causa increíble. Todo ello, porque ya hay una tradición y una escuela de rock. En esto ha ocurrido como en la Literatura, que el nuevo escritor escoge su estilo por los libros que ha leído y que le son afines. En la música ha ocurrido lo mismo. En el concierto de Gredos tocó conmigo un chaval que se llama Salam (que estaba con el Mago de Oz), y toca que alucinas de bien con tan sólo 22 años.  

El único problema es que hay más músicos que oídos para escuchar. ¿Qué está ocurriendo entonces? El personal no tiene tanto tiempo para escuchar todo lo que se edita. Tiene que elegir y esto, antes, era muy fácil cuando, por ejemplo tú, desde la radio prescribías o informabas con tu criterio de que ese disco era bueno, regular o malo. Hoy la gente está huérfana de estas guías y tiene que bajarse de internet todo lo que sale y almacenarlo en un compartimento de enorme capacidad, donde nunca escuchas nada y, en consecuencia, no respetas nunca nada porque no te ha costado ningún trabajo. Antes, cuando se prescribía, se creaba un interés por seguir ese disco que habías escuchado en la radio; lo seguías hasta la tienda de discos (hoy ya no hay, apenas, tiendas de discos ni discográficas), te lo comprabas y le dabas un valor. Cuando pagas algo, le das una valoración. Hoy, con el “gratis total”, ya no se da valor a las cosas; una canción o disco te puede conmover o gustar, pero al no pagar nada por él no lo valoras. Y como la materia del ser humano es tan mala, que pensamos que lo que es gratis no vale nada, eso está siempre en el subconsciente.  

Por eso, a los músicos jóvenes les está costando tanto trabajo abrir camino, porque no tienen a quien convencer. Mira, otro ejemplo que viví. Mi hija Lúa fue a un concurso de bandas que se celebraba en Londres y que, el año anterior, había ganado un grupo murciano que se llama Second. Cuando les escuché, me gustaron mucho y me preguntaba por qué esa banda española no la conocía, con la calidad que tenía. Llegas a la conclusión de que en este tiempo, te tienes que hacer experto en redes para ir conociendo la novedad. Y esto es así, porque es el tiempo que nos ha tocado vivir. 

P.– Hace unos años (a pesar de que siempre que ha podido, lo ha hecho) volvió a Granada, a sus orígenes, para fijar buena parte de su residencia anual. ¿Siempre fue uno de sus propósitos? 

R.– Es cierto. Granada es como la tierra de promisión. Cuando te iba mal, pensabas: “es que como estoy en Granada…”. Cuando las cosas te han ido bien, pensabas: “que se enteren en Granada…”. Bien. Pasados los años, te das cuenta de que lo que más odiabas de Granada ahora es lo que más te atrae. Porque ahora, cuando vuelvo, lo que quiero es una ciudad a la medida humana. Antes me fascinaba Madrid y pensaba que nunca podría dejarla. Mantengo una casa y tengo que viajar a Madrid con frecuencia, pero cada vez me es más hostil, más cuesta arriba, y cada vez te cuesta más ver a los amigos, porque hay que ir de una punta a otra de Madrid. Para mí, Granada tiene un sentimiento espiritual. Es recuperar la luz, el sentido del tiempo. Luego tiene sus “cosillas”, como toda capital, pero es una buena ciudad para ir cumpliendo años, sí.  

P.– El que suscribe (y el entrevistado creo que lo sabe) siempre ha mantenido que Miguel Ríos tiene la voz perfecta para interpretar “baladas”, pero no como las que le arreglaban en los tiempos de Hispavox –que también, en aquel momento–, sino del estilo de “No estás sola”. ¿Se siente cómodo en temas como ese? 

R.– Me gusta la balada y me encuentro a gusto en ella. Lo que pasa es que hubo un tiempo, cuando grababa con Hispavox y me arreglaba los temas Rafael Trabucchelli, en el que las grabaciones se hacían con 30 músicos (entre ellos, violines) y reproducir eso en los conciertos en directo era imposible. El “Himno a la Alegría” no pude incorporarlo a los directos hasta que salió el mellotrón, un teclado que imitaba los instrumentos de cuerda de una orquesta. Te producía un cabreo inmenso el que la gente pagara por escucharte en directo el último éxito discográfico y no pudieras tocarlo y, encima, no pudieras explicarle a la gente que no podías tocarlo porque no tenías los instrumentos adecuados para que sonara, al menos, parecido al disco. Durante mucho tiempo lo pasé muy mal por esa circunstancia.  

Luego, cuando tomé las riendas de mi trayectoria, buscamos hacer los temas con menos músicos y que sonaran bien. “Santa Lucía”, por ejemplo, no quería que se incluyera en el “Rocanrol bumerang”. Si no es porque Carlos Narea y Tato Gómez se empeñaron, la balada de Roque Narvaja no hubiera aparecido, porque había más temas y creía que la gente pensaría que era un “moña”; en los vinilos no podías pasarte de un cierto minutaje por cara, porque entonces el conjunto no sonaba bien, etc. Y luego fíjate cómo se ha convertido en casi un himno. Las canciones que canta la gente son aquellas en las que se oye cantando. Y cuando escuchas una canción interpretada por miles de personas, se hace más grande que tú y piensas que ha cumplido una función. Lo más importante es el nexo creado entre público y cantante.  

Miguel Ríos se despide de Murcia en su gira (foto: Goio Villanueva)

P.– ¿Por esas líneas pueden continuar las apariciones esporádicas de Miguel Ríos en el futuro? Uno piensa que la experiencia con la Big Band fue magnífica, y tuvimos ocasión de ver otras dimensiones de Miguel Ríos poco conocidas hasta aquel momento... 

R.– Ahora está carísimo pagar 16 ó 20 músicos. El “mono” me lo quito cuando hay un concierto benéfico en Granada y viene la Big Band de allí a acompañarme en tres o cuatro temas. Y me encanta. Eso siempre está ahí. Lo que no quiero es hacer giras y meterme de nuevo en sus incertidumbres; si llueve o no, si vendrá o no la gente. Esas incertidumbres me han perseguido durante estos 50 años. Pero cantar es emocionante, y eso no lo voy a perder.  

P.– Volviendo a otro de los asuntos que tiene “cabreado” al personal: el canon y los derechos de autor de la SGAE. ¿Por qué ha suscitado tanto embrollo este asunto? Y en segundo lugar, los músicos (o parte de ellos, que creo son bastantes numerosos) quieren desbancar a la cúpula de la SGAE. Denotan mucho descontento con la política y dirección de Teddy Bautista y su equipo. Ellos también parecen estar indignados. ¿Por dónde va Miguel Ríos, o no le interesa mucho este asunto? Hay mucho ruido de fondo, ¿no? 

R.– ¡Vaya que si lo hay! El otro día me encontré a Luis Cobo “Manglis” y no me dijo que se presentaba a la presidencia de la SGAE. He visto su vídeo en internet y está muy bien. También opta Miguel Hermoso. Todas estas propuestas nos están llegando a través de los correos electrónicos que cada uno tenemos en la SGAE, que han facilitado mucho bastantes tareas que se desarrollan por parte de los miembros, como los Premios de la Música, etc.  

Creo que hace tiempo que se debía haber producido un cambio de personas, pero ahora es el momento de que la SGAE se incorpore a este tiempo. El equipo de Teddy Bautista ha realizado un trabajo muy bueno en la modernización. De hecho, yo votaré a ese equipo porque hay gente como Víctor Manuel San José y otras personas muy válidas. Pero mi opinión de cómo se gestiona la Sociedad General de Autores de España es que el equipo que gane esas elecciones va a tener que explicarle a la sociedad mucho mejor cómo funciona la institución, porque la política de comunicación de la SGAE ha sido peor –si ello es posible– que la de Rodríguez Zapatero.  

Porque mira que es difícil no tener un lenguaje que llegue a la gente, cuando manejas tantísimo dinero e información. Y pienso que se tenía que haber practicado una actitud didáctica de cómo y por qué se hacen las cosas, además de haber reconocido sus propios fallos, ya que la autocrítica es lo primero que hay que tener y practicar en la vida. Sinceramente, creo que la dificultad que hay en entender la SGAE tiene que ver mucho con lo que antes te indicaba del “gratis total”. Esa es una práctica que se ha instalado en la música, haciéndole un daño terrible. No sé, exactamente, cuantos puestos de trabajo (directos e indirectos) se ha cargado el “gratis total” en la música. Han desaparecido las tiendas de discos; los locales donde tocar están absolutamente cuestionados. Todo lo que hay alrededor de la industria discográfica, como los programas de radio especializados, han desaparecido prácticamente y se ha optado por las “radio fórmulas” que, curiosamente, evitan el tener trabajadores porque se graban para distribuir y sólo hace falta la persona que emite esa grabación. Todas estas circunstancias han ido en contra de la creación y del desarrollo de la música también como industria. En el respeto por el creador, la SGAE ha actuado bien, pero lo ha explicado muy mal.  

P.– ¿Qué ha significado para Miguel Ríos el autobús, además de ser un magnífico “blues”? 

R.– Recuerdo los primeros años de mi carrera, cuando iba en tren a los contratos. Donde llegara me esperaba una orquesta que sonaba muy diferente a los arreglos originales. Después, cuando empecé a tocar con mis propios músicos, viajábamos en furgonetas con el equipo detrás. La llegada del autobús significó la mayoría de edad para las bandas de rock en este país. La confraternización y el poder compartir experiencias y canutos nos hicieron mejores músicos. Ahora se ha vuelto a las estupendas furgonas, que son más ágiles y rápidas.  

P.– ¿Por qué el rock’n’roll es un boomerang, además de porque siempre vuelve? 

R.– Esta canción es de 1980. Por entonces se notó una vivificación del movimiento rockero, que había estado en sordina desde el espejismo de los sesenta, con bandas como Los Brincos y Los Bravos. Esa canción habla de mi deseo de que lo que yo empezaba a ver en los conciertos, sobre todo en La Noche Roja, se materializara y el rock volviera para seguir contado la historia de una juventud que no acababa de creerse que era el motor del país.  

P.– La de Miguel Ríos, ¿ha sido una “manera de vivir”, de ser y estar? 

R.– Pues sí. Creo que he tenido mi propia personalidad y mi discurso ha intentado reflejar la forma en la que entendía el mundo, mí tiempo. Nunca he intentado pontificar y siempre he mantenido muy frescas mis dudas, pero, al mismo tiempo, he procurado alimentar las menos contradicciones posibles. En un tiempo tan incoherente y falto de compromiso, he procurado no taparme.  

P.– ¿Y todo lo ha tenido que hacer a pulmón, sin respirador o botellas de oxígeno que le ayudaran? 

R.– No, siempre que he podido he aceptado la ayuda de la amistad. Yo no soy ni un héroe, ni un santo, ni tampoco soy el que va a tirar la primera piedra por estar libre de pecado. Pero conscientemente nunca he engañado a nadie. Todavía puedo mirar a los ojos limpiamente.  

P.– Y después de “Bye Bye Ríos”, ¿qué? ¿Otros proyectos más sosegados o menos frenéticos? 

R.– Me gustaría aprender a vivir sin estar de la Ceca a la Meca, entendiendo por la Ceca casa de la moneda y Meca lo que todo el mundo sabe, casa de la religión. O sea que me gustaría sin pasta ni dios, sin ataduras quiero decir. Ayudando y ayudándome a pasar el tiempo que vendrá con la máxima dignidad posible. 24 junio 2011  

Un momento de su concierto en Murcia (foto: Goio Villanueva)

 


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